El 3 de julio de 1883, Frank Kafka nació en el seno de una familia acomodada. Pero no lo tuvo fácil: su padre desaprobaba su inclinación artística, tendía a enfermar rápidamente y escribió tres novelas, pero no vería ninguna de ellas publicada en vida. Tuvo tres intentos de matrimonio fallidos. Estudió derecho pero trabajó como agente de seguros (un trabajo que odiaba) para tener tiempo de escribir por las tardes. Para colmo, enfermó muy joven, muriendo de tuberculosis cuando tenía poco más de 40 años. Quizás la suerte de Kafka fue la misma que la del personaje de Cervantes, Don Quijote de la Mancha: tener un escudero fiel a su lado. El Sancho panza de Kafka fue el escritor Max Brod. Max huyó a Palestina, salvando los manuscritos de Kafka de los nazis (las hermanas de Kafka no lo conseguirían y morirían víctimas del Holocausto nazi). Y los publicó a pesar de que el propio Kafka les había dicho que los quemaran. Max dedicó su vida a convertir a su amigo en un icono de la literatura mundial, y lo consiguió. Por eso, en el artículo de hoy, quiero compartir con ustedes tres aforismos que Max Brod salvó de los nazis y del fuego. Las frases de Kafka sobrevivieron a su Autor y quizás nos hicieron un poco más felices.

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