Escuchar "Nostalgia"
Síntesis del Episodio
Argentina....
Ese fue el simple comienzo de mi realidad como extranjero. Nadie comía lo que yo comía, nadie hablaba de béisbol. Tuve que aprender a re pensar mi propio idioma, pues ahora la yuca se llamaba “mandioca”, los frijoles eran “porotos”, los chícharos “arvejas”, la fresa “frutilla”. Muchos términos que para mí eran comunes los debí eliminar pues resultaban sumamente ofensivos.
Por otro lado, en cuanto saludaba a alguien, lo primero que me decía era:
–Pero vos nos sos de acá.
–No– contestaba–.
–¿Y… de dónde sos?
–Soy cubano.
–¡Cubano! ¿Y cómo hiciste para escaparte de Castro?
Generalmente, y como parte quizás de un típica reacción argentina, yo debía escuchar una clase “magistral” acerca de mi propio país de parte de alguien que, en el mejor de los casos, había estado un fin de semana en Varadero, la Habana o Cayo Coco o, en el peor de estos, nunca había pisado la Isla. Así que cuando llegaba mi momento yo comenzaba a describir mi dramática historia. Les confieso que después de haberla contado decenas y decenas de veces, me atemorizaban las reuniones sociales en las que generalmente terminaba siendo el foco de atención de miradas consternadas y sorprendidas a causa de nuestra lamentable situación.
Realmente ser extranjero ya no era tan divertido. Luego venían las fechas especiales, como el cumpleaños de mamá o papá. El día de las madres, o la cena de fin de año. La típica cena donde todos reían alrededor de la mesa llena de deliciosos platos. Pero mi corazón estaba en Cuba, con mis padres, pensando en qué estarían comiendo ellos en ese momento, o si habrían podido sentarse a alguna mesa a comer algo mínimamente especial. Y la nostalgia me hacía sangrar el corazón y me preguntaba qué hacía yo tan lejos de mi tierra, de mi gente, de mis raíces.
Uno de esos días en los que sentía que me costaba seguir avanzando, alguien sacó su Biblia y dijo que iba a leer un pasaje de Deuteronomio. ¿Cuál crees que fue el pasaje que leyó?
“Porque el Señor tu Dios es Dios de dioses y Señor de señores; él es el gran Dios, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni acepta sobornos; el que defiende la causa del huérfano y de la viuda; y muestra su amor por el extranjero proveyéndole ropa y alimentos.” (Deut. 10,17-18).
Entonces, finalmente comprendí. Comprendí que la mayor parte de mi Biblia es la historia de extranjeros, de emigrantes que un día vieron como su tierra quedaba a sus espaldas y sólo podían contar con el soporte del Dios que les conducía. Comprendí que Dios tiene un cuidado especial por los extranjeros, porque Dios también fue extranjero, porque vino a este mundo y sintió añoranza por su Padre, su cielo y sus santos ángeles.
Ese fue el simple comienzo de mi realidad como extranjero. Nadie comía lo que yo comía, nadie hablaba de béisbol. Tuve que aprender a re pensar mi propio idioma, pues ahora la yuca se llamaba “mandioca”, los frijoles eran “porotos”, los chícharos “arvejas”, la fresa “frutilla”. Muchos términos que para mí eran comunes los debí eliminar pues resultaban sumamente ofensivos.
Por otro lado, en cuanto saludaba a alguien, lo primero que me decía era:
–Pero vos nos sos de acá.
–No– contestaba–.
–¿Y… de dónde sos?
–Soy cubano.
–¡Cubano! ¿Y cómo hiciste para escaparte de Castro?
Generalmente, y como parte quizás de un típica reacción argentina, yo debía escuchar una clase “magistral” acerca de mi propio país de parte de alguien que, en el mejor de los casos, había estado un fin de semana en Varadero, la Habana o Cayo Coco o, en el peor de estos, nunca había pisado la Isla. Así que cuando llegaba mi momento yo comenzaba a describir mi dramática historia. Les confieso que después de haberla contado decenas y decenas de veces, me atemorizaban las reuniones sociales en las que generalmente terminaba siendo el foco de atención de miradas consternadas y sorprendidas a causa de nuestra lamentable situación.
Realmente ser extranjero ya no era tan divertido. Luego venían las fechas especiales, como el cumpleaños de mamá o papá. El día de las madres, o la cena de fin de año. La típica cena donde todos reían alrededor de la mesa llena de deliciosos platos. Pero mi corazón estaba en Cuba, con mis padres, pensando en qué estarían comiendo ellos en ese momento, o si habrían podido sentarse a alguna mesa a comer algo mínimamente especial. Y la nostalgia me hacía sangrar el corazón y me preguntaba qué hacía yo tan lejos de mi tierra, de mi gente, de mis raíces.
Uno de esos días en los que sentía que me costaba seguir avanzando, alguien sacó su Biblia y dijo que iba a leer un pasaje de Deuteronomio. ¿Cuál crees que fue el pasaje que leyó?
“Porque el Señor tu Dios es Dios de dioses y Señor de señores; él es el gran Dios, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni acepta sobornos; el que defiende la causa del huérfano y de la viuda; y muestra su amor por el extranjero proveyéndole ropa y alimentos.” (Deut. 10,17-18).
Entonces, finalmente comprendí. Comprendí que la mayor parte de mi Biblia es la historia de extranjeros, de emigrantes que un día vieron como su tierra quedaba a sus espaldas y sólo podían contar con el soporte del Dios que les conducía. Comprendí que Dios tiene un cuidado especial por los extranjeros, porque Dios también fue extranjero, porque vino a este mundo y sintió añoranza por su Padre, su cielo y sus santos ángeles.
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