Escuchar "Carta de amor: "Querido señor Tesla""
Síntesis del Episodio
Ayanta Barilli lee la carta del día.
La luz del sol sigue oscureciendo la ciudad de Valencia y la lluvia de septiembre no es más que el recuerdo de un pasado remoto. Ni siquiera puedo sentir la atracción hacia las montañas de la Serranía de Cuenca en busca de preciados tesoros otoñales, que se ocultan bajo las hojas de los pinos, esperando que la fría hoja de una navaja les libere de los gusanos de la muerte.
Sin embargo algo me ha estimulado a escribirle esta carta. Hace unos días escuché, a través de uno de sus inventos, la proposición de escribir cartas de amor. No, evidentemente no voy a preguntarle por sus sentimientos hacia las palomas heridas que cuidaba al final de su vida, más bien relacioné instintivamente el amor con el magnetismo del cual usted es simplemente el maestro.
Si un tesla sirve para medir la intensidad del campo magnético, intuyo que la intensidad de las atracciones o repulsiones que sentimos los seres humanos podría medirse mediante algún tipo de escala. Quizá un sthendal pudiera ser el nombre clásico para la unidad de medida de la atracción por la belleza.
¿Y la fuerza opuesta?, es decir la repulsión hacia lo desagradable, personalmente la mediría en almodóvares, pues desconozco los nombres de esos llamados artistas que siembran mi ciudad de inmundicia durante el equinoccio de primavera. En este punto, me dirijo a cada uno de sus dos hemisferios cerebrales en constante enfrentamiento, para que me iluminen en mi intento de entender las fuerzas que rodean a los seres humanos en los estados alterados de conciencia del fenómeno del enamoramiento.
Fuerzas de las que hablaron los poetas, legos en física pero que intuyeron ese mundo invisible que la luz nos oculta. Recuerdo a ese desdichado veronés atormentado por un amor difuso y contradictorio, ¿que fuerzas atraían y repelían al pobre Catulo?, en constante lucha, contrapuestas como los polos opuestos que giran en un alternador.
Quizá señor Tesla las fuerzas que nos rodean funcionen como un generador eléctrico, necesitamos esa lucha constante para seguir en funcionamiento, o quizá no, simplemente el amor sea una única fuerza surgida desde la memoria atávica, que se genera dentro de los genes para garantizar la supervivencia de una especie aburrida de existir.
Señor Nikola Tesla, espero una respuesta que ilumine mis pensamientos confusos, como usted iluminó el mundo.
La luz del sol sigue oscureciendo la ciudad de Valencia y la lluvia de septiembre no es más que el recuerdo de un pasado remoto. Ni siquiera puedo sentir la atracción hacia las montañas de la Serranía de Cuenca en busca de preciados tesoros otoñales, que se ocultan bajo las hojas de los pinos, esperando que la fría hoja de una navaja les libere de los gusanos de la muerte.
Sin embargo algo me ha estimulado a escribirle esta carta. Hace unos días escuché, a través de uno de sus inventos, la proposición de escribir cartas de amor. No, evidentemente no voy a preguntarle por sus sentimientos hacia las palomas heridas que cuidaba al final de su vida, más bien relacioné instintivamente el amor con el magnetismo del cual usted es simplemente el maestro.
Si un tesla sirve para medir la intensidad del campo magnético, intuyo que la intensidad de las atracciones o repulsiones que sentimos los seres humanos podría medirse mediante algún tipo de escala. Quizá un sthendal pudiera ser el nombre clásico para la unidad de medida de la atracción por la belleza.
¿Y la fuerza opuesta?, es decir la repulsión hacia lo desagradable, personalmente la mediría en almodóvares, pues desconozco los nombres de esos llamados artistas que siembran mi ciudad de inmundicia durante el equinoccio de primavera. En este punto, me dirijo a cada uno de sus dos hemisferios cerebrales en constante enfrentamiento, para que me iluminen en mi intento de entender las fuerzas que rodean a los seres humanos en los estados alterados de conciencia del fenómeno del enamoramiento.
Fuerzas de las que hablaron los poetas, legos en física pero que intuyeron ese mundo invisible que la luz nos oculta. Recuerdo a ese desdichado veronés atormentado por un amor difuso y contradictorio, ¿que fuerzas atraían y repelían al pobre Catulo?, en constante lucha, contrapuestas como los polos opuestos que giran en un alternador.
Quizá señor Tesla las fuerzas que nos rodean funcionen como un generador eléctrico, necesitamos esa lucha constante para seguir en funcionamiento, o quizá no, simplemente el amor sea una única fuerza surgida desde la memoria atávica, que se genera dentro de los genes para garantizar la supervivencia de una especie aburrida de existir.
Señor Nikola Tesla, espero una respuesta que ilumine mis pensamientos confusos, como usted iluminó el mundo.
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