Nos asomamos a la difícil frontera entre comedia y tragedia y, con Billy Wilder, nos percatamos de que esa frontera no existe. Sus personajes se mueven siempre a medias entre el territorio de la carcajada y el de las lágrimas. Sus heridas nos hacen reír y, al mismo tiempo, dejan en nosotros el regusto de un pesimismo que se nos queda pegado. Billy Wilder es el director del escepticismo respecto a la condición humana: por su cine se pasean la mujer fatal, el alcohólico, el gran perdedor, la amante engañada, el detective hastiado…. Canciones de Waits, Dylan o Sinatra dialogan con este grandísimo director, este brillante guionista que supo perfeccionar el arte de mirar la vida a la cara, pero desde un paso de distancia: la distancia que convierte el dolor en chiste y, quizás, nos permite salvarnos. A hombros de uno de sus últimos personajes (Sherlock Holmes), nos dejamos llevar hasta un poema escrito por nuestro siguiente gurú: Jorge Luis Borges.

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