“No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí … Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida … El que me ha visto a mí, ha visto al Padre … el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará el también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre … el espíritu de la verdad está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros … el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo”. (Juan 14, 1-31)

Durante la Última Cena el Maestro transmitió a sus discípulos con gran sabiduría la síntesis de su relación con el Padre, y de Éste con el ser humano. Cristo está en el Padre y el Padre está en Cristo y se manifiesta a través de sus obras. Creer en Cristo nos permitirá hacer incluso mayores obras que Él, ya que el espíritu de la verdad está en nosotros. Si creemos en Él nos convertiremos en uno de los doce y recibiremos al Espíritu Santo, que nos lo enseñará todo. Viviremos en paz, con esa paz que Él nos da, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Jesús nació entre la sociedad judía para dar ejemplo de vida y para transmutar la Ley del talión, del ojo por ojo diente por diente, por la Ley del Amor. Por ello, cuando pronunció el Sermón de la montaña habló de la necesidad de “amar a los enemigos” (Mateo 5, 44). Durante la Última Cena, el Maestro dio a sus discípulos el último mandamiento: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 15, 12). Pero fue ante sus enemigos cuando dio la clave sobre a quién amar y como debemos amar.

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