167- El fracaso de la psiquiatría: una alegoría sobre la impotencia del paciente

10/11/2017 1h 58min
167- El fracaso de la psiquiatría: una alegoría sobre la impotencia del paciente

Escuchar "167- El fracaso de la psiquiatría: una alegoría sobre la impotencia del paciente"

Síntesis del Episodio

En pleno auge, se nos dice persistentemente, de las neurociencias, la psiquiatría sigue sin curar el objeto para el que existe: la enfermedad mental. Sólo se limita a paliar sus efectos, siendo la psicología, a través de las distintas vías de intervención terapéutica, la llamada a contener al paciente, eso sí, ya medicamentado. Pongamos el gran ejemplo, siguiendo con la línea de los dos últimos audios, del TLP (trastorno límite de personalidad), donde la ideación suicida y los comportamientos autodestructivos son típicos. Se dice de él que estamos ante un nuevo trastorno, cual si fuera un virus, que está en pleno estudio y sometido a permanentes avances en su investigación, cuando el propio concepto -limítrofe- viene a concebirse como un espacio o estadio entre las dos grandes categorías clásicas: la neurosis y la psicosis. El TLP lo que sí ha sido es catalogado, categorizado desde 1980, sin que la propia industria farmacéutica en el mismo año que transitamos tenga un fármaco específicamente diseñado para él, con lo que se somete a la misma selección o combinación que para los demás trastornos de la personalidad: antidepresivos, ansiolíticos, estabilizadores de ánimo y antipsicóticos, todos ellos -también nos afirman- de última generación. Pero como sucede para con la depresión crónica, mejor, resistente o la ansiedad vital generalizada, son medicamentos que, generando profunda dependencia, no curan. ¿Qué clase de enfermedad es esta que no se cura? ¿Para qué sirve una especialización médica que trata pero no sana? Si tenemos una lesión, un cáncer, un tumor, incluso hasta en el cerebro, se interviene y según sea la afectación podrá el paciente seguir o no adelante. La lesión fisiológica una vez localizada será tratada con tales visos de recuperación. Pero, en pleno 2017, los enfermos mentales no transitorios, los que no responden a un cuadro marcadamente agudo al menos (que justo son las que menos se tratan), están condenados a la toma por años de una medicación que, se nos vende, repito, como necesaria, que sólo puede recetarse por un médico, y seguirse en su pretensa eficacia por un médico especializado, el psiquiatra. Entretanto, las terapias psicológicas podrán liberarle, al menos, de la fijación consciente en su sufrimiento, pero con el aviso de que dejar el conjunto tratamiento, será causa más que probable de recaída. La clave de todo es el patrón de personalidad, lo que impugna la pretensa novedad del TLP y, a su través como paradigma, todo el movimiento de extensión psiquiátrica de las últimas décadas, al amparo de los documentos emanados de la Asociación Americana de Psiquiatría como si fueran códigos legislativos.

Se comprende, así, toda la corriente antipsiquiátrica, con válidos fundamentos que se explican en el documental que les recomiendo de vimeo “La psiquiatría: industria de la muerte”, donde se hace un balance histórico de las desventuras y peligros de esta rama, ya incuestionable curiosamente, de la Medicina. Pero hay que tener cuidado, pues la corriente extrema de la antipsiquiatría, la que promueve la emancipación completa social de ella, habría derivado en nuestro país en la supresión de centros especializados - los otrora manicomios-
en lugar de mejorar todo el sistema o de crear uno público alternativo, con lo que se privatizó el cuidado psicoterapéutico de tal modo que se sumara como otra causa, la económica, para que no vayamos al psicólogo, o que sólo a través de la vía de urgencias se nos trate unos días, sólo unos días ante o tras el inminente pico o crisis propia de nuestro malestar, en las unidades públicas de salud mental de nuestros hospitales. No todo, pues, es el alegato contra las pastillas. El trato personal al enfermo y la información a las familias, que no suelen comprender más allá de lo que es una depresión o una crisis de ansiedad, son clave y no es de un modo traumático y episódico cómo deben obtenerse.

Seguiremos hablando de todo ello: así, en primer lugar, de qué es en sí la enfermedad mental, que existir existe, ahí está el sufrimiento de quien la padece; de sus particularidades (siendo la mayor la propia conciencia sobre ella del enfermo, derivada de la distinción clave entre el órgano, cerebro, y la función, o mejor, su conjunto de funciones, mente); de las derivaciones del movimiento antipsiquiátrico, etc.

De momento, incorporo el audio de la película “Johnny cogió su fusil” del gran Dalton Trumbo (1971), la cual recomiendo que vean, si no lo han hecho ya. En ella, “un joven combatiente de la Primera Guerra Mundial despierta totalmente confuso en un hospital, confinado de por vida, ciego, sordo y mudo y con las piernas y los brazos amputados a causa de una explosión sucedida durante un bombardeo. Al principio no es consciente de lo que le ha sucedido y en qué condiciones está, pero poco a poco comienza a darse cuenta…”. La película ha suscitado muy variadas interpretaciones: las más directas, así, la filosófica, la política, la claramente pacifista, citándose en pro de la eutanasia dado que el mantenimiento con vida de un Johnny, al que se le tiene como totalmente desahuciado, responde a un inicial errado diagnóstico y al interés cientificista, utilitarista a la postre de quien así rubricase ese diagnóstico. En todo caso, y frente a esta última estimación, se ha de estar muy atento al exacto primer deseo del soldado cuando por fin logra comunicarse luego de estar postrado desde la I a la II Guerra Mundial, deseo que le es despóticamente negado por la autoridad militar, así como al trasfondo espiritual que luce por todo el relato en el que el mismo Jesús le aconseja en sueños. Pero dicho ello, para lo que nos interesa aquí, esto es, su lectura psicológica, en el protagonista bien podríamos ver a quien vive inmerso en la impotencia de una enfermedad incurable que afecta a su autoconciencia, a quien ve trascurrir sus días condenado en la prisión que conforma y le recuerda de continuo su mente. Es la impotencia de ver que uno, pese a seguir a pies juntillas un tratamiento durante años, lejos de mejorar, está igual si no es que empeora; que cada encuentro con el psiquiatra le deprime aún más por su contenido repetitivo, recurrente; que, si se cambia la medicación, entre las clases de genéricos arriba comentados, hay que esperar hasta un mes como mínimo para saber si la cosa irá para uno u otro lado, siempre que no surjan problemas antes, claro; que el profesional le pida un plus de voluntad cuando es precisamente por su dolencia que carece de las necesarias facultades para ello; cuando, en esas ocasiones en que acaba internado, pronto descubre que las medicinas que se reparten son prácticamente las mismas, siendo tan dispares los pretendidos trastornos y etiologías de los residentes; que el psiquiatra le recomiende hacer psicoterapia pero no tenga cómo pagarla, pues justamente su enfermedad le incapacita para trabajar y, en consecuencia, generar ingresos, etc. Es, por tanto, este un audio totalmente alegórico.