La predicación nos recuerda que las crisis y problemas son pruebas reales de nuestra fe. Muchos cristianos llenan iglesias, pero cuando llegan las dificultades se derrumban y hasta abandonan la fe. El verdadero creyente no busca salidas falsas ni anestésicos para el dolor, sino que corre a la oración, se postra ante Dios y encuentra en Él la paz que sobrepasa todo entendimiento.

El pasaje de Éxodo 17 muestra cómo Israel fue atacado por Amalec, una tribu sanguinaria que simboliza en el Nuevo Testamento a la carne y las pasiones que luchan contra nuestra vida espiritual. Hoy, nuestra batalla no es contra carne ni sangre, sino contra huestes espirituales de maldad. Satanás busca sembrar odio, división y tentaciones para debilitarnos, y nuestra carne muchas veces coopera con él.

Los ataques del enemigo se manifiestan de tres formas: atacando al débil, sorprendiendo cuando menos lo esperamos y buscando destruir por completo la vida, los matrimonios y la fe. Por eso es vital vivir en oración diaria, fortaleciendo el espíritu y debilitando la carne. No se trata de confiar en nuestra fuerza o inteligencia, sino en el poder de Dios que da la victoria.

Finalmente, aprendemos que la batalla se gana en lo espiritual. Moisés, con sus manos levantadas, representaba la dependencia total de Dios; cuando bajaba las manos, el pueblo perdía. Así también nosotros necesitamos permanecer en oración, apoyándonos en Cristo, la Roca, y en nuestros hermanos en la fe. Solo así podemos vencer a Amalec en nuestras vidas y convertirnos en verdaderos guerreros de oración.

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