Escuchar "Mendizábal 4º"
Síntesis del Episodio
Apretose el corrillo alrededor de Iglesias
(metiéndose en él D. Pedro con empuje de codos),
y uno de los jovenzuelos más avispados
que en el cotarro bullían, se echó a reír diciendo:
«¿Pero ustedes le oyeron los latines con que
hoy nos ha obsequiado?... Mutatas mutandas...
Es divino este señor».
-Él no sabrá de citas históricas, como dijo
ayer... pero lo que es gramática...
-Esto del voto de confianza -manifestó con saña
Nicomedes- resulta lo que digo en mi artículo
de esta mañana: un cubilete de charlatán.
-Como que todo esto no es más que un tapujo
de los agios y embrollos que este D. Juan y
Medio se trae.
-Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno
-dijo uno de los presentes, mozo espigadillo, de
grandísimos ojos negros, que relampagueaban
en su rostro expresivo, con una seriedad que
por ser tan seria resultaba extraordinariamente
burlona.
-Eso mismo digo yo -indicó Hillo tímidamente-.
Bueno, bueno, superior.
-Mi queridísimo amigo Miguel Álvarez -dijo
Iglesias, presentándole.
Diéronse las manos, y D. Pedro se mostró
muy afectuoso, pues aquel encuentro y presentación
colmaban sus deseos, y se permitió decir
al joven Álvarez que ya le conocía de nombre
por sus galanas poesías, por sus artículos y discursos...
«Discursos no -replicó el otro con gravedad
socarrona-, porque todavía no los he pronunciado.
Los tengo, sí, aquí en mi mente, y no los
cambio por los de Cicerón.
(metiéndose en él D. Pedro con empuje de codos),
y uno de los jovenzuelos más avispados
que en el cotarro bullían, se echó a reír diciendo:
«¿Pero ustedes le oyeron los latines con que
hoy nos ha obsequiado?... Mutatas mutandas...
Es divino este señor».
-Él no sabrá de citas históricas, como dijo
ayer... pero lo que es gramática...
-Esto del voto de confianza -manifestó con saña
Nicomedes- resulta lo que digo en mi artículo
de esta mañana: un cubilete de charlatán.
-Como que todo esto no es más que un tapujo
de los agios y embrollos que este D. Juan y
Medio se trae.
-Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno
-dijo uno de los presentes, mozo espigadillo, de
grandísimos ojos negros, que relampagueaban
en su rostro expresivo, con una seriedad que
por ser tan seria resultaba extraordinariamente
burlona.
-Eso mismo digo yo -indicó Hillo tímidamente-.
Bueno, bueno, superior.
-Mi queridísimo amigo Miguel Álvarez -dijo
Iglesias, presentándole.
Diéronse las manos, y D. Pedro se mostró
muy afectuoso, pues aquel encuentro y presentación
colmaban sus deseos, y se permitió decir
al joven Álvarez que ya le conocía de nombre
por sus galanas poesías, por sus artículos y discursos...
«Discursos no -replicó el otro con gravedad
socarrona-, porque todavía no los he pronunciado.
Los tengo, sí, aquí en mi mente, y no los
cambio por los de Cicerón.
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