De la papa al caviar capítulo 1 Parte 2-3

03/03/2016 15 min
De la papa al caviar capítulo 1 Parte 2-3

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Síntesis del Episodio

Hola. Ya estoy de regreso para continuar con el capítulo uno, en las escenas del sueño del libro, De la papa al caviar, escrito por Tobias Sebastián Palacios Rosero en Guayaquil Ecuador Sudamérica.

Sobrellevando la angustia y el dolor del ultraje, aunque tenía ganas de sacudirla y gritarla, pero por los deseos del goce sexual, pasé a explicarle:

Esposa del alma mía, la molestia causada fue para evitar asfixiarme debajo de la sábana por estar soñando cosas que producen angustia y temor...

Dejé la explicación, porque caí en cuenta que estaba, profundamente dormida.

Olvidé el ultraje para recuperar la personalidad en el rasgo superior, ya que, en el sueño la tenía por el piso, y contento, exclamé:


Qué bueno que desperté porque fue angustioso y desesperante soñar estar modificando la personalidad por la alegría y por el sufrimiento en medio de dos grupos de mujeres en desacuerdo.


¿El sueño se inició? ¡Sí! ¡Claro! ¿El sueño se inició?

¡Ay mi Dios! ¡A ver, a ver! El sueño se inició cuando…

Cuando estaba en el reposo del rebelde, haciendo conciencia que era un hombre admirado y estimado socialmente y, a la vez, me deleitaba engreídamente por el encumbramiento, respetabilidad y reputación alcanzada; y elevé el sentido de la admiración y estima social al recibir una invitación enviada por el Movimiento Feminista.

Invitación que me llevó a confirmar que gozaba de la admiración y estima de las mujeres por ser inteligente y agradable, además, por mis juicios verdaderos con palabras bonitas basados en principios sensatos, rectos, buenos y en la responsabilidad con los deberes morales; pero el eslogan, del Movimiento Feminista: mujeres al poder, por aludir a una aspiración inalcanzable, tuve que averiguar sobres las conquistas.

Después de la averiguación, a decir verdad, me impresionaron, a tal grado que sentí modificación de la personalidad; pero como tenía la conciencia limpia, y el que no debe no teme, volví a sentir a la personalidad fija.


La modificación de la personalidad me dejó impresionable que, en el trayecto, mientras conducía un flamante y deportivo auto, repasé las conquistas del movimiento feminista, pensando en voz alta:

El sufragio universal de la mujer, los derechos iguales entre hombres y mujeres, la inclusión de la mujer en el campo laboral, el control de la natalidad, la abolición de la discriminación por las diferencia psicológicas y culturales, la terminación de la explotación laboral y el acoso sexual.

Conquistas que me dejaron con miedo; y este estado susceptible se convirtió en un desestimador de la autoestima que parecía que la personalidad perdía altura gradualmente.

Al llegar a la dirección indicada, estaba un enorme edificio de fantástica arquitectura, todo de vidrio, acero inoxidable y mármol blanco brillante. En el ascensor pulsé el botón que decía: último piso, al salir, vi el letrero: Mujeres al poder, en un discreto tono metálico en las puertas acristaladas a la entrada del apartamento grande y lujoso por su rica arquitectura, edificación sobria y preciosa.

Al entrar al lugar inmenso de vidrio y acero con sólidos mostradores de mármol mate y piedra gris para que atiendan unas chicas atractivas y vestidas impecables que, sinceramente, me intimidaron, pero a la chica que me dijo: Buenos días. Le dije: Buenísimos. Ocurrencia que la motivó a sonreír amablemente y a colocarme, diligentemente, por el cuello la cinta sujetadora del gafete identificador, pero a más de diligente, con un calorcito humano que deseaba que se demore colocando la cinta sujetadora de la credencial.


En otra sala estaba la seguridad: guardias elegantes pero por dentro del saco cubiertas con verdaderos blindajes, y lindas también, que al ver la credencial, con un saludo reverente, se limitaron a verme pasar.

Antes de llegar a la sala de conferencias eché una mirada al gafete identificador y caí en cuenta que, en vez de decir invitado, decía conferencista, pero como resultó de más categoría alargué el paso; y antes de enfrentarme a las guías me volvió la intimidación; y una de ellas me pidió que le permita guiarme, que con un ademán y una mímica accedí, porque no me salía palabra alguna y entre tanto era guiado a voluntad, escuche a la mujer disertadora, decir:

Fue práctica normal de los hombres, por cualquier cosa que hacía la mujer y a ellos no les gustaba, ponerlas bajo un temporal de críticas, amonestaciones y reprimendas.

Enunciado que me pareció compuesto por juicios falsos y palabras bonitas pero que igual me puso nervioso y desencantador que decreció, aún más, la autoestima y, consecuentemente, la personalidad perdía altura.

Al pasar por donde estaban las mujeres invitadas adopté arrogancia para no mirarlas y atender a la disertante, y escuche que decía: