23 EL AZOTE DE LA HUMANIDAD

    El profesor Valera se hizo a un lado y sonrió señalando el periscopio.     - Nahum a la vista, señores. Miguel Ángel Aznar se acercó y pegó sus ojos a los oculares del telescopio electrónico. La mirada con que escrutó el inmenso abismo sideral que todavía les separaba de Nahum estaba llena de ansiedad y de emoción.     Aquel astro rutilante que veía brillar en las negras profundidades del espacio podía ser a la vez la confirmación de sus más caras ilusiones o la culminación del ciclo de desgracias que le habían perseguido implacablemente en los últimos años.     Un año llevaban navegando por el vacío espacial a velocidades que se aproximaban a las de la luz. Al abandonar el planeta Exilo, donde les habían desterrado los amotinados del autoplaneta "Valera", y en donde la Bestia Gris vivía oculta fraguando ambiciosos planes para la conquista del Universo, Miguel Ángel proponíase volar hasta el lejano planeta Tierra. Pero las provisiones halladas a bordo de la nave, al tenerse que repartir entre sus 3.800 tripulantes, no alcanzaba apenas para mantener a éstos durante un año de viaje, siendo así que se necesitaban no menos de 50 años-luz para llegar a la Tierra.     Los planetas más próximos en los cuales podían obtener asilo y ayuda para emprender definitivamente el viaje de regreso a la Tierra eran los nahumitas. Aquí, Miguel Ángel Aznar había dejado buenos amigos que le facilitarían aeronaves y provisiones para el viaje de regreso.     Sólo un inconveniente se erigía ante sus esperanzas y era que la Bestia Gris había emprendido también la ruta de Nahum con un año de anticipación. En este tiempo, la Bestia podía haber arrollado la resistencia nahumita erigiéndose en ama y señora de todos los planetas del cortejo de Nahum. Podía ocurrir, pues, que Miguel Ángel y sus compañeros fueran a caer directamente entre las zarpas de su mortal enemigo.     Por otra causa muy distinta, la emoción de Miguel Ángel Aznar era mayor que la de sus compañeros al aproximarse a Nahum, pues este sol que le lanzaba su saludo luminoso desde las profundidades del espacio era el mismo a cuya luz nació el más grande amor de su vida: Ámbar, Princesa de Nahum.     Años de separación y el abandono de la orgullosa princesa no habían bastado para extirpar del corazón del joven terrícola el amor que profesaba a su bella esposa. Este amor vivía negado y escondido en las capas más profundas del subconsciente de Miguel Angel a donde el joven lo arrojaba cuantas veces osaba trastornar sus pensamientos. Pero aunque negado, existía, y era él quien con sus sordos gritos asomaba ahora al torturado espíritu del terrícola invadiéndolo con una oleada de nostálgicos recuerdos. Ambar, la Princesa de Nahum, había regresado a su patria después de abandonar a Miguel Angel. Estaba allí, sin duda, y él la vería de nuevo dentro de poco.

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