La segunda gestión de Luis Abinader envejeció de pronto como si el cuerpo del gobierno sufriera una enfermedad degenerativa.
Puede ser por la repitencia de nombres o por la crisis de recursos humanos en el partido de gobierno que mantiene a varios funcionarios con dos responsabilidades a la vez.
Puede ser por el fracaso de las reformas simultáneas de las que solo salió la constitucional, se abortó la fiscal y la laboral sigue en el limbo.
Puede ser porque las principales obras de la primera gestión permanecen inconclusas aunque ayer se anunciaron varias nuevas.
Puede ser porque aunque el presidente dijo ayer que desconoce de las aspiraciones de sus compañeros para el 2028 todos sabemos que existen, aunque él no.
Puede ser porque la oposición no le dió un día de tregua a pesar de que ninguna de las críticas ha prendido y las campañas contra algunos funcionarios no militantes del partido de gobierno han evidenciado que vienen de adentro.
Puede ser por la excesiva exposición del propio mandatario cuyo gobierno  no tiene un piso de vocería política que no sea el mismo presidente que tiene que hablar de todo y por todos.
Puede ser porque el locoviejismo que caracteriza al partido de gobierno no logra unificar un discurso y cada cual anda por su lado hablando pluma de burro sobre lo que sea.
En fin puede ser por decenas, cientos o miles de razones que no llegan a la mente en esta madrugada pero la verdad es que este es un gobierno viejo a los cien días.
Aun cuando la economía sigue creciendo y el país sigue liderando la región. Este gobierno necesita una dosis de color o de alegría que lo reviva y le quite el hálito de vejez.

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