Una de las peores cosas de hacerse mayor y madurar es descubrir que la vida se acaba y que los ídolos no son para siempre. Llevo bastante mal la enfermedad sobrevenida de Lubo Penev y su delicada situación económica. Desde el lunes, paso largos ratos delante del ordenador viendo sus goles al Barça, al Madrid, sus penaltis de zurdazo imparable, sus cabalgadas imponentes. Me duele el alma pensar que, con solo 59 años, está pasando por lo que está pasando. Enfermo y sin posibilidad de costearse el tratamiento. Él, que parecía un tanque infranqueable, el nueve a la espalda, la melena al viento, ahora está contra la cuerdas. Al menos, el Valencia y el valencianismo, como siempre en las ocasiones importantes, han reaccionado y van a estar a la altura. Por nosotros no va a quedar. ¡Lubo, Lubo!

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