Escuchar "El baile de las muertas de la calle Hidalgo."
Síntesis del Episodio
Arturo y sus dos acompañantes formaban un trió musical, se ganaban la vida cantando melodías hasta entrada la noche en los bares de la ciudad, complaciendo a los parroquianos pasados de copas que siempre hay.
Habían estado tocando en una de las cantinas que hay sobre la desviación Celaya-Yuriria, muy cerca de la central de autobuses. Al terminar decidieron irse a sus casas, tomando desde la carretera la calle Hidalgo, al llegar a la esquina que forma esta con Leandro Valle, en la vieja casona que un día habitó el Dr. Ramón Ruíz, un grupo de muchachas, siete para ser exacto, les preguntaron que si podrían tocarles un rato en la fiesta que iban a celebrar allí, en esa casa y cuanto les cobraban. Al entrar a la casa les causo sorpresa no ver mas invitados a la fiesta, estaba solo el grupo de muchachas. La fiesta fue corta, pero divertida, al terminar las jóvenes les pagaron y los despidieron amablemente. A Arturo se le olvido la guitarra, por lo que decidió ir al día siguiente a recogerla.
Al otro día, cuando volvió por la guitarra, encontró la casa sola y serrada, como ha estado por años, ningún vecino sabía nada, ni si allí se había celebrado una fiesta, ni quien era el encargado para que la abriera. Cuando logro entrar no encontró nada, ni rastros de fiesta alguna, ni su guitarra.
Hace dos siglos y medio, se acento en Salvatierra un prospero comerciante de telas, vivió precisamente en esa casa, donde vendía también su mercancía. Presumía que las suyas eran las mejores telas que se comercializaban en la región, decía que sus cedas le llegaban desde el oriente, a bordo de la Noa de China, que cada año llegaba al puerto de Acapulco,
Todo en la vida le había sonreído, menos que la providencia le concediera tener un heredero varón, había procreado con su mujer siete hermosa jóvenes dignas de cualquier mancebo acaudalado de la región. Esto le amargo su existencia y recalo contra sus hijas, no permitiéndoles salir ni a la tienda de telas, las sacaba solamente muy temprano el día domingo al templo de los Franciscanos a oír misa.
Las muchachas desesperadas por el encierro en que las tenía su padre, siendo esto peor en un convento o en la cárcel, decidieron escaparse, su padre las sorprendió y segado por la cólera las mato a golpes.
Con lo que se encontró Arturo, y sus compañeros del trío fue con las animas de las bellas jóvenes, que libres de su padre hacen sus fiestas en algunas noches.
Habían estado tocando en una de las cantinas que hay sobre la desviación Celaya-Yuriria, muy cerca de la central de autobuses. Al terminar decidieron irse a sus casas, tomando desde la carretera la calle Hidalgo, al llegar a la esquina que forma esta con Leandro Valle, en la vieja casona que un día habitó el Dr. Ramón Ruíz, un grupo de muchachas, siete para ser exacto, les preguntaron que si podrían tocarles un rato en la fiesta que iban a celebrar allí, en esa casa y cuanto les cobraban. Al entrar a la casa les causo sorpresa no ver mas invitados a la fiesta, estaba solo el grupo de muchachas. La fiesta fue corta, pero divertida, al terminar las jóvenes les pagaron y los despidieron amablemente. A Arturo se le olvido la guitarra, por lo que decidió ir al día siguiente a recogerla.
Al otro día, cuando volvió por la guitarra, encontró la casa sola y serrada, como ha estado por años, ningún vecino sabía nada, ni si allí se había celebrado una fiesta, ni quien era el encargado para que la abriera. Cuando logro entrar no encontró nada, ni rastros de fiesta alguna, ni su guitarra.
Hace dos siglos y medio, se acento en Salvatierra un prospero comerciante de telas, vivió precisamente en esa casa, donde vendía también su mercancía. Presumía que las suyas eran las mejores telas que se comercializaban en la región, decía que sus cedas le llegaban desde el oriente, a bordo de la Noa de China, que cada año llegaba al puerto de Acapulco,
Todo en la vida le había sonreído, menos que la providencia le concediera tener un heredero varón, había procreado con su mujer siete hermosa jóvenes dignas de cualquier mancebo acaudalado de la región. Esto le amargo su existencia y recalo contra sus hijas, no permitiéndoles salir ni a la tienda de telas, las sacaba solamente muy temprano el día domingo al templo de los Franciscanos a oír misa.
Las muchachas desesperadas por el encierro en que las tenía su padre, siendo esto peor en un convento o en la cárcel, decidieron escaparse, su padre las sorprendió y segado por la cólera las mato a golpes.
Con lo que se encontró Arturo, y sus compañeros del trío fue con las animas de las bellas jóvenes, que libres de su padre hacen sus fiestas en algunas noches.
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