Como personas no puede haber diferencias entre varones y mujeres; lo genético, lo biológico, viene dado como algo inmodificable, que es precisamente lo que marca la diferenciación; pero como ya hemos dicho, la biodiversidad se encuentra cuajada de formas de diferenciación y no por ello pierden su homogeneidad e igualdad. La mujer y el hombre como personas deben ir juntos pero no atados, de la misma manera que lo hacen el resto de especies. Cada uno responsabilizándose de sus obligaciones, pero en igualdad plena. Más que de discriminatorio, debe tomarse de admirable la tarea de reproducción, alumbramiento, crianza y cuidado de los hijos. Legitimizar la exclusión por alguna de tales funciones, es no salir del estado de ostracismo que se ha venido caminando hasta el momento, donde se les tachaba de bárbaros a los que se encontraban más allá de nuestras fronteras, aunque rigiera entre ellos, idénticos derechos de igualdad y supieran de lo esférico de la Tierra; así que dentro del ‘mundo civilizado y racional’, mientras tanto se estaba convencido de lo artificial y no humano que era la procedencia de la mujer como ser sin alma, y claro está, la certeza incuestionable de cómo la Tierra era plana, pobre de aquel que afirmara lo contrario. Semejante conjunto de expertos, entendidos, consejeros, sabios y teólogos destacados, se viene heredando de una generación a otra, pasándose el testigo, a fin de que la cosa, no les varíe mucho. Cuando más que excluir, en todo caso, y como honrosa reparación por tan demencial agravio, debieran ser consideradas como matriarcado social, por el peso que supone su matriarcado familiar. El hombre, no quepa duda que sí lo permitiría; los sabios de turno y élites compinchados, por seguro que no.

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