Escuchar "LECCIÓN 37. Mi santidad bendice al mundo"
Síntesis del Episodio
“Mi santidad bendice al mundo”
Instrucciones para la práctica
Propósito: Presentarte tu verdadera función (ésta es la primera lección que trata del tema de la función). Estás aquí para bendecir, y no para exigir. Esta bendición implica reconocer primero tu propia santidad, y luego ver a otros en su santa luz. Intenta ver los periodos de práctica de hoy de esta manera: como una práctica de la razón por la que estás aquí.
Ejercicios más largos: 4 veces, durante tres a cinco minutos.
Repite la idea, durante un minuto o así mira a tu alrededor y aplícala a los objetos que veas, diciendo: “Mi santidad bendice (esta silla, esa ventana, este cuerpo, etc.)”.
Cierra los ojos y aplica la idea a cualquier persona en la que pienses, diciendo: “Mi santidad te bendice, (nombre)”.
Lo que queda de tiempo puedes continuar con esta segunda fase de la práctica, volver a la primera, o alternar entre ellas.
Termina repitiendo la idea con los ojos cerrados y luego una vez más con los ojos abiertos.
Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.
Esto puedes hacerlo de una de estas dos formas:
1. Repite la idea lentamente.
2. Aplica la idea en silencio a cualquiera con el que te encuentres, usando su nombre.
Intenta realmente hacerlo de esta manera. Repetir la idea cuando te encuentras con alguien requiere estar muy consciente, pero puede hacerse. O puede hacerse después del
encuentro. El Libro de Ejercicios repetirá esta práctica en varias lecciones de aquí en adelante, lo que muestra la importancia de la práctica. Esta práctica tiene el poder de
transformar un encuentro ordinario en un encuentro santo.
Respuesta a la tentación: Siempre que tengas una reacción negativa hacia alguien. Inmediatamente aplícale la idea: “Mi santidad te bendice, (nombre)”. Considéralo un hecho real de bendecir a esta persona con tu santidad. Esto te mantendrá consciente de tu santidad, mientras que la ira, se la ocultaría a tu mente.
Comentario
Hay un principio expuesto en el Capítulo 13 del Texto que se aplica a esta lección: “Percibir verdaderamente es ser consciente de toda la realidad a través de la conciencia de tu propia
santidad” (T.13.VI.1:1). O en términos más cercanos a nuestra lección de hoy: Dado que tú y tu prójimo sois miembros de una misma familia en la que gozáis de igual rango, tal como te percibas a ti mismo y tal como le percibas a él así te comportarás contigo mismo y con él. Debes mirar desde la percepción de tu propia
santidad a la santidad de los demás. (T.1.III.6:6-7).
A menos que reconozcamos nuestra santidad, no veremos la santidad de todas las creaciones de Dios. Después de todo, lo que percibimos es simplemente el reflejo de cómo nos vemos a nosotros mismos. Y a la inversa, cómo percibimos a los otros nos muestra cómo nos estamos
viendo a nosotros mismos.
Esta lección y la práctica que recomienda empiezan a dejarnos ver “los primeros destellos de tu
verdadera función en el mundo, o en otras palabras, la razón por la que estás aquí” (1:1).
Nuestra tarea se plantea con gran profundidad: “Tu propósito es ver el mundo a través de tu propia santidad” (1:2).
¿Has conocido a alguien a quien consideras santo? Yo, sí. Lo más notable de tales personas es
que parecen ver a todos como santos. Cuando estás cerca de ellos, ¡incluso tú mismo te sientes santo! Parecen ver en ti algo que tú no ves habitualmente; y al verlo, lo hacen aflorar. Ése es el verdadero propósito de que estemos en el mundo; justamente para eso es para lo que todos nosotros estamos aquí. Estamos aquí para ver el mundo a través de nuestra propia santidad, para sacar de todos los de nuestro alrededor su santidad inherente, para percibirlos de tal modo que el poder de nuestra percepción los saque de las dudas y el odio a sí mismos y los eleve a la conciencia de su propia grandeza.
¡Tenemos este poder!
A medida que compartas conmigo mi renuencia a aceptar error alguno en ti o en los demás, te unirás a la gran cruzada para corregirlos. Escucha mi voz, aprende a deshacerlos y haz todo lo necesario para corregirlos. Tienes el podes de obrar milagros. (T.1.III.1:6-7)
“Aquellos que han sido liberados deben unirse para liberar a sus hermanos, pues ése es el plan
de la Expiación” (T.1.III.3:3). Éste es el plan por el que nosotros, investidos con el poder del Espíritu Santo dentro de nosotros, podemos salvar al mundo. Nos liberamos unos a otros al percibir a través de nuestra santidad, creando dentro del otro una resonancia milagrosa con su propia naturaleza santa, reprimida por mucho tiempo, y que responde a nuestra percepción de ellos.
De este modo, tú y el mundo sois bendecidos juntos. Nadie pierde, a nadie se le despoja de nada, todo el mundo se beneficia a través de tu santa visión. (1:3-4)
“Mi santidad bendice al mundo”, para eso es para lo que estoy aquí. Estoy aquí para traer bendiciones al mundo, y el mensaje que traigo es: “así es como tú eres”. Nadie pierde, todo el mundo gana. ¡Qué extraordinario es este punto de vista!
Esto des-hace por completo la idea de sacrificio porque es un mensaje de completa igualdad. Estamos aquí para reconocernos unos a otros; y cuando lo hayamos hecho, habremos cumplido nuestro propósito glorioso. Cualquier otro modo de ver las cosas termina siempre exigiendo sacrificio: alguien, en algún lugar, tiene que perder. Pero con la Visión de Cristo podemos contemplar a todo el mundo y proclamar: “Todos ellos son lo mismo: bellos e iguales en su
santidad” (T.13.VIII.6:1).
“Tu santidad le bendice al no exigir nada de él. Los que se consideran a sí mismos completos no exigen nada” (2:6-7). Oh, ¡que podamos aprender la lección de no pedir nada, de no exigir nada! ¿Has estado con alguien tan pleno que no te exigió nada, que no tuviera ninguna necesidad que te exigiera satisfacerle, abierta o encubiertamente? Te amaron tal como eres, te aceptaron sin esperar nada de ti. ¿No es eso lo que todos queremos en nuestras relaciones? ¿No es eso amor incondicional?
Pues bien, el modo de tener lo que quieres es darlo. Esto es lo que todos nosotros estamos destinados a hacer, y finalmente haremos, aunque nos parezca que está muy por encima de nosotros ahora. Consciente de tu santidad y de que nada te falta, bendecirás al mundo.
Tu santidad es la salvación del mundo. Te permite enseñarle al mundo que es uno contigo, sin predicarle ni decirle nada, sino simplemente mediante tu sereno reconocimiento de que en tu santidad todas las cosas son bendecidas junto contigo. (3:1-2)
Instrucciones para la práctica
Propósito: Presentarte tu verdadera función (ésta es la primera lección que trata del tema de la función). Estás aquí para bendecir, y no para exigir. Esta bendición implica reconocer primero tu propia santidad, y luego ver a otros en su santa luz. Intenta ver los periodos de práctica de hoy de esta manera: como una práctica de la razón por la que estás aquí.
Ejercicios más largos: 4 veces, durante tres a cinco minutos.
Repite la idea, durante un minuto o así mira a tu alrededor y aplícala a los objetos que veas, diciendo: “Mi santidad bendice (esta silla, esa ventana, este cuerpo, etc.)”.
Cierra los ojos y aplica la idea a cualquier persona en la que pienses, diciendo: “Mi santidad te bendice, (nombre)”.
Lo que queda de tiempo puedes continuar con esta segunda fase de la práctica, volver a la primera, o alternar entre ellas.
Termina repitiendo la idea con los ojos cerrados y luego una vez más con los ojos abiertos.
Recordatorios frecuentes: Tan a menudo como puedas.
Esto puedes hacerlo de una de estas dos formas:
1. Repite la idea lentamente.
2. Aplica la idea en silencio a cualquiera con el que te encuentres, usando su nombre.
Intenta realmente hacerlo de esta manera. Repetir la idea cuando te encuentras con alguien requiere estar muy consciente, pero puede hacerse. O puede hacerse después del
encuentro. El Libro de Ejercicios repetirá esta práctica en varias lecciones de aquí en adelante, lo que muestra la importancia de la práctica. Esta práctica tiene el poder de
transformar un encuentro ordinario en un encuentro santo.
Respuesta a la tentación: Siempre que tengas una reacción negativa hacia alguien. Inmediatamente aplícale la idea: “Mi santidad te bendice, (nombre)”. Considéralo un hecho real de bendecir a esta persona con tu santidad. Esto te mantendrá consciente de tu santidad, mientras que la ira, se la ocultaría a tu mente.
Comentario
Hay un principio expuesto en el Capítulo 13 del Texto que se aplica a esta lección: “Percibir verdaderamente es ser consciente de toda la realidad a través de la conciencia de tu propia
santidad” (T.13.VI.1:1). O en términos más cercanos a nuestra lección de hoy: Dado que tú y tu prójimo sois miembros de una misma familia en la que gozáis de igual rango, tal como te percibas a ti mismo y tal como le percibas a él así te comportarás contigo mismo y con él. Debes mirar desde la percepción de tu propia
santidad a la santidad de los demás. (T.1.III.6:6-7).
A menos que reconozcamos nuestra santidad, no veremos la santidad de todas las creaciones de Dios. Después de todo, lo que percibimos es simplemente el reflejo de cómo nos vemos a nosotros mismos. Y a la inversa, cómo percibimos a los otros nos muestra cómo nos estamos
viendo a nosotros mismos.
Esta lección y la práctica que recomienda empiezan a dejarnos ver “los primeros destellos de tu
verdadera función en el mundo, o en otras palabras, la razón por la que estás aquí” (1:1).
Nuestra tarea se plantea con gran profundidad: “Tu propósito es ver el mundo a través de tu propia santidad” (1:2).
¿Has conocido a alguien a quien consideras santo? Yo, sí. Lo más notable de tales personas es
que parecen ver a todos como santos. Cuando estás cerca de ellos, ¡incluso tú mismo te sientes santo! Parecen ver en ti algo que tú no ves habitualmente; y al verlo, lo hacen aflorar. Ése es el verdadero propósito de que estemos en el mundo; justamente para eso es para lo que todos nosotros estamos aquí. Estamos aquí para ver el mundo a través de nuestra propia santidad, para sacar de todos los de nuestro alrededor su santidad inherente, para percibirlos de tal modo que el poder de nuestra percepción los saque de las dudas y el odio a sí mismos y los eleve a la conciencia de su propia grandeza.
¡Tenemos este poder!
A medida que compartas conmigo mi renuencia a aceptar error alguno en ti o en los demás, te unirás a la gran cruzada para corregirlos. Escucha mi voz, aprende a deshacerlos y haz todo lo necesario para corregirlos. Tienes el podes de obrar milagros. (T.1.III.1:6-7)
“Aquellos que han sido liberados deben unirse para liberar a sus hermanos, pues ése es el plan
de la Expiación” (T.1.III.3:3). Éste es el plan por el que nosotros, investidos con el poder del Espíritu Santo dentro de nosotros, podemos salvar al mundo. Nos liberamos unos a otros al percibir a través de nuestra santidad, creando dentro del otro una resonancia milagrosa con su propia naturaleza santa, reprimida por mucho tiempo, y que responde a nuestra percepción de ellos.
De este modo, tú y el mundo sois bendecidos juntos. Nadie pierde, a nadie se le despoja de nada, todo el mundo se beneficia a través de tu santa visión. (1:3-4)
“Mi santidad bendice al mundo”, para eso es para lo que estoy aquí. Estoy aquí para traer bendiciones al mundo, y el mensaje que traigo es: “así es como tú eres”. Nadie pierde, todo el mundo gana. ¡Qué extraordinario es este punto de vista!
Esto des-hace por completo la idea de sacrificio porque es un mensaje de completa igualdad. Estamos aquí para reconocernos unos a otros; y cuando lo hayamos hecho, habremos cumplido nuestro propósito glorioso. Cualquier otro modo de ver las cosas termina siempre exigiendo sacrificio: alguien, en algún lugar, tiene que perder. Pero con la Visión de Cristo podemos contemplar a todo el mundo y proclamar: “Todos ellos son lo mismo: bellos e iguales en su
santidad” (T.13.VIII.6:1).
“Tu santidad le bendice al no exigir nada de él. Los que se consideran a sí mismos completos no exigen nada” (2:6-7). Oh, ¡que podamos aprender la lección de no pedir nada, de no exigir nada! ¿Has estado con alguien tan pleno que no te exigió nada, que no tuviera ninguna necesidad que te exigiera satisfacerle, abierta o encubiertamente? Te amaron tal como eres, te aceptaron sin esperar nada de ti. ¿No es eso lo que todos queremos en nuestras relaciones? ¿No es eso amor incondicional?
Pues bien, el modo de tener lo que quieres es darlo. Esto es lo que todos nosotros estamos destinados a hacer, y finalmente haremos, aunque nos parezca que está muy por encima de nosotros ahora. Consciente de tu santidad y de que nada te falta, bendecirás al mundo.
Tu santidad es la salvación del mundo. Te permite enseñarle al mundo que es uno contigo, sin predicarle ni decirle nada, sino simplemente mediante tu sereno reconocimiento de que en tu santidad todas las cosas son bendecidas junto contigo. (3:1-2)
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