En 1940, mientras Europa era azotada por la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos se estrenó Fantasía, la primera obra maestra de Walt Disney. Fantasía se convirtió en un clásico por diferentes razones, la más evidente fue la grandiosa innovación técnica, muy adelantada a su tiempo. Pero la tecnología no fue lo más importante, también fue un extraordinario experimento artístico. Cada segmento de la película estaba musicalizado por una pieza clásica y presentaba diversos motivos culturales con diferentes estilos artísticos.

Increíblemente, Fantasía fue un fracaso comercial, era más una obra de culto que una película para las masas, se fue apreciando más con el paso del tiempo hasta convertirse en la imprescindible obra cinematográfica de nuestros días. Sin embargo, al mismo tiempo que se valoraba la grandeza de esta película, también se reconocían las filosofías de Walt Disney. En una de las escenas más celebradas, cuando la Sinfonía Pastoral de Beethoven sonorizaba un maravilloso mito griego, el nacimiento de los minotauros y su vida idílica. En la escena se ven los hermosos minotauros recorriendo el paraíso bajo los influjos de Dionisio, el Dios del Vino y el placer, el momento es sublime, pero hay un elemento que no se puede ignorar: los minotauros negros son los sirvientes.

Ese fragmento de fantasía no tendría que sorprender si revisamos la imagen del personaje icónico de Walt Disney, Mickey Mouse, un ratón abiertamente racista.

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