Escuchar "Episodio 94: El gato negro (1934 · 1941 · 1968 · 1981)"
Síntesis del Episodio
Tanto el cuento “El gato negro” de Edgar Allan Poe como las películas que se inspiraron en su título —El gato negro (The Black Cat, 1934, dirigida por Edgar G. Ulmer y titulada en España Satanás), The Black Cat (1941, de Albert S. Rogell), Il gatto nero (1981, de Lucio Fulci) y Kuroneko (1968, de Kaneto Shindō)— comparten un trasfondo inquietante en el que la culpa, lo macabro y la presencia ominosa de lo sobrenatural se convierten en ejes narrativos.
En el relato de Poe, el gato funciona como un símbolo de la conciencia atormentada: un animal aparentemente inocente que, tras ser maltratado y asesinado, regresa en la figura de un doble para delatar el crimen y materializar la culpa del protagonista. Es un cuento íntimo y psicológico, donde el verdadero terror surge del interior humano —la violencia, el alcoholismo, la locura— y no de fuerzas externas.
Las películas, en cambio, trasladan esa atmósfera de angustia y lo siniestro a un plano más externo y fantástico. En Satanás (1934), el título remite a Poe pero la trama apenas guarda relación con el cuento: aquí el gato negro es más un elemento simbólico, mientras que la historia se centra en rituales satánicos, venganzas y la tensión entre los personajes interpretados por Bela Lugosi y Boris Karloff. En The Black Cat (1941), el animal y la mansión funcionan como recursos para una intriga con tintes de misterio y comedia negra, en la que la alusión a Poe es más estética que narrativa. Por su parte, Il gatto nero (1981), de Lucio Fulci, recupera de manera más directa la dimensión maldita del animal: el gato aparece como un ser vinculado a fuerzas ocultas y a una cadena de muertes misteriosas, en un entorno propio del cine de terror italiano, con un estilo atmosférico y perturbador que mezcla el giallo con lo sobrenatural. Finalmente, Kuroneko (1968) reinterpreta la figura del gato negro en clave de leyenda japonesa: dos mujeres violadas y asesinadas por soldados regresan como espíritus felinos para vengarse de los hombres, en un relato que combina lo espectral con una fuerte carga poética y crítica social.
Así, mientras que en Poe el gato es la encarnación de la culpa y la inevitable justicia moral, en el cine clásico estadounidense se transforma en un recurso simbólico y atmosférico para explorar lo oculto o el misterio, en Fulci adquiere un carácter de fuerza oscura que conecta con el terror europeo, y en Kuroneko se convierte en una representación del rencor y la justicia sobrenatural desde una tradición cultural distinta. En todos los casos, lo que persiste es la idea de que lo aparentemente cotidiano —un animal, una casa, una sombra— puede convertirse en vehículo de horror, ya sea a través de la mente perturbada del hombre, de tensiones humanas irresueltas o de poderes sobrenaturales que trascienden lo racional.
En el relato de Poe, el gato funciona como un símbolo de la conciencia atormentada: un animal aparentemente inocente que, tras ser maltratado y asesinado, regresa en la figura de un doble para delatar el crimen y materializar la culpa del protagonista. Es un cuento íntimo y psicológico, donde el verdadero terror surge del interior humano —la violencia, el alcoholismo, la locura— y no de fuerzas externas.
Las películas, en cambio, trasladan esa atmósfera de angustia y lo siniestro a un plano más externo y fantástico. En Satanás (1934), el título remite a Poe pero la trama apenas guarda relación con el cuento: aquí el gato negro es más un elemento simbólico, mientras que la historia se centra en rituales satánicos, venganzas y la tensión entre los personajes interpretados por Bela Lugosi y Boris Karloff. En The Black Cat (1941), el animal y la mansión funcionan como recursos para una intriga con tintes de misterio y comedia negra, en la que la alusión a Poe es más estética que narrativa. Por su parte, Il gatto nero (1981), de Lucio Fulci, recupera de manera más directa la dimensión maldita del animal: el gato aparece como un ser vinculado a fuerzas ocultas y a una cadena de muertes misteriosas, en un entorno propio del cine de terror italiano, con un estilo atmosférico y perturbador que mezcla el giallo con lo sobrenatural. Finalmente, Kuroneko (1968) reinterpreta la figura del gato negro en clave de leyenda japonesa: dos mujeres violadas y asesinadas por soldados regresan como espíritus felinos para vengarse de los hombres, en un relato que combina lo espectral con una fuerte carga poética y crítica social.
Así, mientras que en Poe el gato es la encarnación de la culpa y la inevitable justicia moral, en el cine clásico estadounidense se transforma en un recurso simbólico y atmosférico para explorar lo oculto o el misterio, en Fulci adquiere un carácter de fuerza oscura que conecta con el terror europeo, y en Kuroneko se convierte en una representación del rencor y la justicia sobrenatural desde una tradición cultural distinta. En todos los casos, lo que persiste es la idea de que lo aparentemente cotidiano —un animal, una casa, una sombra— puede convertirse en vehículo de horror, ya sea a través de la mente perturbada del hombre, de tensiones humanas irresueltas o de poderes sobrenaturales que trascienden lo racional.
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