Escuchar "Cao Xueqin - Sueño En El Pabellon Rojo"
Síntesis del Episodio
Subtitulo: Memorias de una Roca
CAPÍTULO I
En sueños, Zhen Shiyin ve el Jade de las
Comunicaciones Trascendentales.
En la miseria, Jia Yucun se enamora de una
flor del gineceo.
Así empieza el capítulo que abre esta novela. Su autor, que ha vivido largo tiempo entre sueños e ilusiones, admite que al emprender la escritura de estas Memorias de una roca[1] ocultó los verdaderos hechos de su vida detrás de la ficción de un jade al que llama «de las Comunicaciones Trascendentales»; por eso el primer nombre que emplea para un personaje es el de Zhen Shiyin[2].
Pero ¿cuáles son los hechos recogidos en este libro y quiénes son los personajes?
El autor declara:
Habiendo fracasado en todo cuanto emprendí en este mundo atareado y polvoriento, vine en recordar a todas las muchachas que antaño me rodearon. Entonces, como un trueno, me asaltó la idea de que cada una de ellas me había superado en conducta y raciocinio. ¿Cómo yo, orgulloso de mi condición de varón, podía ser menos que una mujer? Pero ya la vergüenza estaba de sobra y el arrepentimiento era inútil. Sí, realmente no había nada que hacer.
En ese momento decidí divulgar de qué manera, cubierto de sedas y delicadamente atendido por el favor imperial gracias a los méritos de mis antepasados, contravine la bondad de mis padres y los buenos consejos de maestros y amigos hasta disipar la mitad de mi vida sin haber aprendido un solo oficio. No puedo eludir mi responsabilidad, pero tampoco permitiré que, por culpa de mis errores o el deseo de ocultar mis defectos, se desvanezcan en el olvido aquellas adorables muchachas que conocí. Que hoy viva humildemente en una choza con techo de paja y ventanas de estera, horno de arcilla y lecho de lianas, no ha de impedir que abra de par en par las puertas de mi corazón. La brisa matinal, el rocío nocturno, los sauces en el umbral y las flores de mi patio me animan a tomar el pincel; y, aunque no sean grandes mi instrucción y mis talentos literarios, poco importará que escriba esta historia con palabras falsas y en lengua vulgar si ha de servir para dejar testimonio de todas esas jóvenes adorables, Por eso he llamado a mi segundo personaje Jia Yucun[3].
En este capítulo, las palabras «sueño» e «ilusión» que utilizo sirven para alertar la vista del lector, al mismo tiempo que dotan de sentido mi obra.
¿Saben ustedes, dignos lectores, cómo nació este libro? Su origen puede parecerles fantástico, pero no duden que, si se acercan a él con ánimo dispuesto, descubrirán que su lectura encierra mucho interés y puede ser de gran provecho. Permítanme explicárselo de manera que no quede en ustedes sombra de duda sobre el particular.
Cuando la diosa Nüwa necesitó rocas para reparar la bóveda celeste[4] acudió al Acantilado de lo Insondable, en la Montaña de la Inmensa Soledad, con la intención de fundir treinta y seis mil quinientos y un bloques de piedra, cada uno de doce zhang[5] de altura y veinticuatro de superficie sobre el suelo, de los que sólo empleó treinta y seis mil quinientos. El sobrante lo abandonó al pie del Pico de la Cresta. Azul. Aunque parezca extraño, aquella roca, después de ser templada por el fuego, había cobrado una esencia trascendental. Como el destino de las demás fue servir para remozar la bóveda celeste y sólo ella había sido desechada para tan alto menester, día y noche los pasaba en lamentaciones, desconsolada y llena de vergüenza.
La roca al pie del Pico de la Cresta Azul.
Cierto día, mientras la roca se lamentaba de su suerte, vio venir a lo lejos a dos monjes, uno budista y otro taoísta, de porte imponente y apariencia distinguida. Se le acercaron y allí mismo se sentaron a conversar. Hablaron primero de montañas entre nubes, mares de bruma, dioses e ilusiones taoístas; luego, de las glorias y riquezas de los hombres. Al oír sus palabras, la roca se turbó con el profundó deseo de conocer ese mundo de los hombres y disfrutar ella también del placer y la felicidad. Se compadeció de sí misma por su rudeza y, sin poderse contener, habló en la lengua del género humano. Dijo al bonzo y al taoísta:
—Maestros, disculpad a este torpe discípulo que apenas es digno de saludaros. Me maravillan las glorias y riquezas de ese mundo del cual os he oído hablar. Mi cuerpo es áspero pero mi alma tiene algo trascendental, y como cuando os veo con vuestros hábitos entiendo que no sois gente ordinaria, sino con talento para salvar al mundo y virtud para procurar beneficios a la humanidad, os suplico que seáis bondadosos conmigo y me permitáis descender a ese mundo, donde pueda disfrutar algunos años de riquezas y placeres. Os quedaría agradecido eternamente por este inmenso favor.
—¡Bonitas palabras! —El bonzo y el taoísta sonrieron—. Es verdad que en el mundo de los hombres existen alegrías, pero también es cierto que no son eternas. Se dice que, allí, en la belleza se esconde el defecto, y que sólo se consigue el objetivo perseguido después de vencer muchos obstáculos. Además, en un santiamén nace del placer la tristeza, y todo, personas y cosas, se esfumará un día convirtiéndose en un sueño e ingresando en el vacío. No ir sería más sensato por tu parte.
Pero la roca estaba decidida y continuó con sus ruegos. Ambos inmortales supieron que sería imposible convencerla, así que suspiraron resignados:
—Siempre que uno permanece inmóvil mucho tiempo acaba deseando el movimiento, y todo lo que existe nace de la Nada. Puesto que tanto insistes conocerás esos placeres, pero no te arrepientas cuando las cosas te vayan mal.
—¡No me arrepentiré! —exclamó la roca.
—Tu alma es inteligente pero tu cuerpo es áspero, y además careces de algún valor extraordinario —prosiguió el bonzo—; por eso tendrás que prosperar en el mundo de los hombres haciendo un enorme esfuerzo. Ahora te ayudaré con la magia del budismo. Cuando termine el kalpa[6] retornarás a tu forma natural para poner fin a este proceso. ¿Estás de acuerdo?
La roca asintió, profundamente agradecida. Entonces el bonzo recitó ciertas fórmulas de encantamiento y puso en práctica toda su magia, de modo que redujo la roca gigante a un simple trozo de jade no más grande que un colgante de abanico; y poniéndolo sobre la palma de su mano le dijo sonriendo:
—Tienes la apariencia de un objeto precioso, pero todavía careces de auténtico valor. Te grabaré encima algunos caracteres para que la gente perciba de un simple vistazo que eres algo especial; entonces podremos llevarte a algún reino civilizado y próspero, a una familia culta de rango, a un lugar donde abunden las flores y los sauces, a un hogar de placer y de lujo donde te puedas establecer cómodamente…
La roca no cabía en sí de gozo.
—Maestros, ¿cuáles son esos dones maravillosos que me concederéis? ¿Y dónde pensáis llevarme?
—No preguntes —le advirtió el bonzo—. Ya lo sabrás a su debido tiempo.
Dicho lo cual se guardó el jade en la manga[7] y emprendió la marcha con el taoísta, pero se ignora en qué dirección.
Pasados quién sabe cuántos siglos y kalpas, otro taoísta conocido como el reverendo Vanidad de Vanidades llegó, en su búsqueda del Dao[8] y la Inmortalidad, hasta la Montaña de la Inmensa Soledad, el Acantilado de lo Insondable y el pie del Pico de la Cresta Azul. Sus ojos se posaron sobre la antigua inscripción todavía discernible de una enorme roca, y la leyó entera. Era un relato del rechazo sufrido por aquella piedra cuando se hizo la reparación del cielo, así como de su transformación en un jade y su posterior traslado al mundo de los hombres por el budista del Espacio Infinito y el taoísta del Tiempo Interminable; de las alegrías y tristezas, encuentros y despedidas, tratos cálidos y fríos que allí había experimentado. Detrás había un poema budista:
Indigno de ser parte del cielo,
¡tantos años en vano pasé en la tierra…!
Aquí se narra mi vida en los dos mundos,
¿a quién pediré que la divulgue?
Luego aparecía el nombre de la región donde la roca había ido a parar, el lugar exacto de su encarnación y la relación de sus aventuras, incluidos triviales asuntos familiares y versos livianos compuestos para aliviar las horas de ocio. No obstante, no figuraban los nombres de la dinastía, del año y del país, de modo que Vanidad de Vanidades concluyó:
—Hermano Roca, considero que la historia en ti grabada tiene cierto encanto y merecería alguna difusión; sin embargo observo que no figuran la dinastía ni el año, ni se encuentran referencias a ministros dignos y leales ni a cómo manejaron el gobierno y la moral pública. Sólo aparecen unas cuantas muchachas singulares en pasión y en locura, en pequeños dones o intrascendentes virtudes, pero incomparables en cualquier caso con aquellas damas de gran talento que fueron Ban Zhao y Cai Yan[9]. Aunque la transcribiera no sería del interés de nadie.
—Maestro, ¿cómo puede ser tan implacable? —protestó la roca—. Si la fecha no aparece bastaría con situar esta historia en las dinastías Han o Tang[10], pero ya que ése es un tópico común a todas las novelas, una manera de evitarlo sería transcribir sencillamente mis propios sentimientos y peripecias. ¿Qué necesidad hay de señalar tal o cual fecha precisa? Además, los lectores comunes prefieren la literatura liviana a los libros de Estado. Ya hay demasiadas obras que contienen anécdotas vilipendiosas contra soberanos o ministros, calumnias sobre las esposas o hijos de los demás, descripciones licenciosas y violentas… ¡Y son todavía peores esos escritos lujuriosos de la escuela de la brisa y la luz de luna que corrompen a los jóvenes con el veneno de su asquerosa tinta[11]! En cuanto a las novelas galantes, aparecen a montones siendo todas iguales y ninguna deja de frisar la impudicia, llenas como están de alusiones a jóvenes apuestos y talentosos y a muchachas bellas y refinadas de la historia; no obstante, para poder insertar sus propios poemas, el autor inventa héroes y heroínas manidos frente al inevitable villano intrigante, como aquellos pérfidos bufones de las obras de teatro… En esas novelas, llenas de contrasentidos y ridículamente engoladas, incluso las criadas acaban hablando con pedantes palabras sin sentido. ¡Eran mejores aquellas muchachas que yo mismo conocí en mis días de juventud! No me atrevería a ponerlas por encima de todos los personajes de anteriores obras, pero la historia de cada una puede servir para disipar el tedio y las preocupaciones, y los pocos versitos que he intercalado pueden provocar alguna que otra sonrisa y añadir gusto al vino… En cuanto a las escenas de despedidas tristes y jubilosos encuentros, de prosperidad y decadencia, todas son puntualmente ciertas y no han sufrido la más pequeña modificación para producir alguna sensación especial o apartarse de la verdad. En estos tiempos, la preocupación cotidiana de los pobres es comer y vestir, mientras los ricos no tienen hartura: ocupan su ocio en aventuras galantes, en acumular riquezas o en complicarlo todo. ¿Qué tiempo les queda a unos y a otros para leer tratados políticos y morales? Ni quiero que la gente se maraville con mi historia ni exijo que la lean por placer; sólo espero que les sirva para distraerse sentados en torno al licor y los manjares, o en el curso de alguna huida de las tribulaciones terrenales. Dedicando su atención a esta obra y no a otras vanas actividades podrán quizás ahorrar sus energías y prolongar sus vidas, librándose del daño que producen las disputas y rencillas o la aburrida persecución de lo ilusorio. Además, este relato ofrece a los lectores algo nuevo, distinto a esos trillados y rancios revoltijos de despedidas y súbitos encuentros, repletos de talentudos eruditos y adorables muchachas: Cao Zijian, Zhuo Wenjun, Hongniang, Xiaoyu[12] y los demás. ¿No le parece, Maestro?
El reverendo Vanidad de Vanidades consideró sus palabras y volvió a leer cuidadosamente estas Memorias de una roca. Descubrió que contenían condenas a la traición y críticas a la adulación y al mal, y que no habían sido escritas para pasar la censura de los tiempos; pero en todo lo concerniente a las correctas relaciones entre los hombres y al encomio de actos virtuosos superaba a otros libros repletos de voluminosas descripciones de príncipes benefactores, ministros benévolos, padres complacientes e hijos henchidos de amor filial. Aunque el tema principal era el amor, se trataba sencillamente de una crónica de acontecimientos reales superior a aquellas falsas obras envilecidas que tratan de citas licenciosas y aventuras disolutas. Y, en fin, como no abordaba en absoluto acontecimientos de actualidad transcribió de principio a fin lo grabado y se lo llevó para buscar quien lo editara.
A partir de entonces el taoísta Vanidad de Vanidades percibió que todos los fenómenos del mundo nacen de lo vacío y despiertan la pasión, y como él convirtió la pasión en los fenómenos y desde los fenómenos percibió lo vacío[13], se cambió el nombre por el de «monje Apasionado». Modificó también el título de la obra por el de Crónica del monje Apasionado.
Kong Meixi, de Donglu[14], sugirió otro título: Precioso espejo de la Brisa y la Luna. Más tarde, Cao Xueqin pasó diez años en su pabellón de Luto por el Rojo revisando la obra y redactándola cinco veces sucesivas. La dividió en capítulos, a cada uno de ellos puso un encabezamiento y designó el libro con el título definitivo de Las doce bellezas de Jinling[15]. Luego añadió la siguiente estrofa:
Un reguero de lágrimas tristes,
páginas llenas de palabras absurdas.
Dicen que su autor está loco,
¿pero quién leerá su escondida amargura?
Ahora que tenemos claro el origen de la historia, veamos lo que había grabado sobre la roca.
Notas
[1] Título primitivo de la obra.
CAPÍTULO I
En sueños, Zhen Shiyin ve el Jade de las
Comunicaciones Trascendentales.
En la miseria, Jia Yucun se enamora de una
flor del gineceo.
Así empieza el capítulo que abre esta novela. Su autor, que ha vivido largo tiempo entre sueños e ilusiones, admite que al emprender la escritura de estas Memorias de una roca[1] ocultó los verdaderos hechos de su vida detrás de la ficción de un jade al que llama «de las Comunicaciones Trascendentales»; por eso el primer nombre que emplea para un personaje es el de Zhen Shiyin[2].
Pero ¿cuáles son los hechos recogidos en este libro y quiénes son los personajes?
El autor declara:
Habiendo fracasado en todo cuanto emprendí en este mundo atareado y polvoriento, vine en recordar a todas las muchachas que antaño me rodearon. Entonces, como un trueno, me asaltó la idea de que cada una de ellas me había superado en conducta y raciocinio. ¿Cómo yo, orgulloso de mi condición de varón, podía ser menos que una mujer? Pero ya la vergüenza estaba de sobra y el arrepentimiento era inútil. Sí, realmente no había nada que hacer.
En ese momento decidí divulgar de qué manera, cubierto de sedas y delicadamente atendido por el favor imperial gracias a los méritos de mis antepasados, contravine la bondad de mis padres y los buenos consejos de maestros y amigos hasta disipar la mitad de mi vida sin haber aprendido un solo oficio. No puedo eludir mi responsabilidad, pero tampoco permitiré que, por culpa de mis errores o el deseo de ocultar mis defectos, se desvanezcan en el olvido aquellas adorables muchachas que conocí. Que hoy viva humildemente en una choza con techo de paja y ventanas de estera, horno de arcilla y lecho de lianas, no ha de impedir que abra de par en par las puertas de mi corazón. La brisa matinal, el rocío nocturno, los sauces en el umbral y las flores de mi patio me animan a tomar el pincel; y, aunque no sean grandes mi instrucción y mis talentos literarios, poco importará que escriba esta historia con palabras falsas y en lengua vulgar si ha de servir para dejar testimonio de todas esas jóvenes adorables, Por eso he llamado a mi segundo personaje Jia Yucun[3].
En este capítulo, las palabras «sueño» e «ilusión» que utilizo sirven para alertar la vista del lector, al mismo tiempo que dotan de sentido mi obra.
¿Saben ustedes, dignos lectores, cómo nació este libro? Su origen puede parecerles fantástico, pero no duden que, si se acercan a él con ánimo dispuesto, descubrirán que su lectura encierra mucho interés y puede ser de gran provecho. Permítanme explicárselo de manera que no quede en ustedes sombra de duda sobre el particular.
Cuando la diosa Nüwa necesitó rocas para reparar la bóveda celeste[4] acudió al Acantilado de lo Insondable, en la Montaña de la Inmensa Soledad, con la intención de fundir treinta y seis mil quinientos y un bloques de piedra, cada uno de doce zhang[5] de altura y veinticuatro de superficie sobre el suelo, de los que sólo empleó treinta y seis mil quinientos. El sobrante lo abandonó al pie del Pico de la Cresta. Azul. Aunque parezca extraño, aquella roca, después de ser templada por el fuego, había cobrado una esencia trascendental. Como el destino de las demás fue servir para remozar la bóveda celeste y sólo ella había sido desechada para tan alto menester, día y noche los pasaba en lamentaciones, desconsolada y llena de vergüenza.
La roca al pie del Pico de la Cresta Azul.
Cierto día, mientras la roca se lamentaba de su suerte, vio venir a lo lejos a dos monjes, uno budista y otro taoísta, de porte imponente y apariencia distinguida. Se le acercaron y allí mismo se sentaron a conversar. Hablaron primero de montañas entre nubes, mares de bruma, dioses e ilusiones taoístas; luego, de las glorias y riquezas de los hombres. Al oír sus palabras, la roca se turbó con el profundó deseo de conocer ese mundo de los hombres y disfrutar ella también del placer y la felicidad. Se compadeció de sí misma por su rudeza y, sin poderse contener, habló en la lengua del género humano. Dijo al bonzo y al taoísta:
—Maestros, disculpad a este torpe discípulo que apenas es digno de saludaros. Me maravillan las glorias y riquezas de ese mundo del cual os he oído hablar. Mi cuerpo es áspero pero mi alma tiene algo trascendental, y como cuando os veo con vuestros hábitos entiendo que no sois gente ordinaria, sino con talento para salvar al mundo y virtud para procurar beneficios a la humanidad, os suplico que seáis bondadosos conmigo y me permitáis descender a ese mundo, donde pueda disfrutar algunos años de riquezas y placeres. Os quedaría agradecido eternamente por este inmenso favor.
—¡Bonitas palabras! —El bonzo y el taoísta sonrieron—. Es verdad que en el mundo de los hombres existen alegrías, pero también es cierto que no son eternas. Se dice que, allí, en la belleza se esconde el defecto, y que sólo se consigue el objetivo perseguido después de vencer muchos obstáculos. Además, en un santiamén nace del placer la tristeza, y todo, personas y cosas, se esfumará un día convirtiéndose en un sueño e ingresando en el vacío. No ir sería más sensato por tu parte.
Pero la roca estaba decidida y continuó con sus ruegos. Ambos inmortales supieron que sería imposible convencerla, así que suspiraron resignados:
—Siempre que uno permanece inmóvil mucho tiempo acaba deseando el movimiento, y todo lo que existe nace de la Nada. Puesto que tanto insistes conocerás esos placeres, pero no te arrepientas cuando las cosas te vayan mal.
—¡No me arrepentiré! —exclamó la roca.
—Tu alma es inteligente pero tu cuerpo es áspero, y además careces de algún valor extraordinario —prosiguió el bonzo—; por eso tendrás que prosperar en el mundo de los hombres haciendo un enorme esfuerzo. Ahora te ayudaré con la magia del budismo. Cuando termine el kalpa[6] retornarás a tu forma natural para poner fin a este proceso. ¿Estás de acuerdo?
La roca asintió, profundamente agradecida. Entonces el bonzo recitó ciertas fórmulas de encantamiento y puso en práctica toda su magia, de modo que redujo la roca gigante a un simple trozo de jade no más grande que un colgante de abanico; y poniéndolo sobre la palma de su mano le dijo sonriendo:
—Tienes la apariencia de un objeto precioso, pero todavía careces de auténtico valor. Te grabaré encima algunos caracteres para que la gente perciba de un simple vistazo que eres algo especial; entonces podremos llevarte a algún reino civilizado y próspero, a una familia culta de rango, a un lugar donde abunden las flores y los sauces, a un hogar de placer y de lujo donde te puedas establecer cómodamente…
La roca no cabía en sí de gozo.
—Maestros, ¿cuáles son esos dones maravillosos que me concederéis? ¿Y dónde pensáis llevarme?
—No preguntes —le advirtió el bonzo—. Ya lo sabrás a su debido tiempo.
Dicho lo cual se guardó el jade en la manga[7] y emprendió la marcha con el taoísta, pero se ignora en qué dirección.
Pasados quién sabe cuántos siglos y kalpas, otro taoísta conocido como el reverendo Vanidad de Vanidades llegó, en su búsqueda del Dao[8] y la Inmortalidad, hasta la Montaña de la Inmensa Soledad, el Acantilado de lo Insondable y el pie del Pico de la Cresta Azul. Sus ojos se posaron sobre la antigua inscripción todavía discernible de una enorme roca, y la leyó entera. Era un relato del rechazo sufrido por aquella piedra cuando se hizo la reparación del cielo, así como de su transformación en un jade y su posterior traslado al mundo de los hombres por el budista del Espacio Infinito y el taoísta del Tiempo Interminable; de las alegrías y tristezas, encuentros y despedidas, tratos cálidos y fríos que allí había experimentado. Detrás había un poema budista:
Indigno de ser parte del cielo,
¡tantos años en vano pasé en la tierra…!
Aquí se narra mi vida en los dos mundos,
¿a quién pediré que la divulgue?
Luego aparecía el nombre de la región donde la roca había ido a parar, el lugar exacto de su encarnación y la relación de sus aventuras, incluidos triviales asuntos familiares y versos livianos compuestos para aliviar las horas de ocio. No obstante, no figuraban los nombres de la dinastía, del año y del país, de modo que Vanidad de Vanidades concluyó:
—Hermano Roca, considero que la historia en ti grabada tiene cierto encanto y merecería alguna difusión; sin embargo observo que no figuran la dinastía ni el año, ni se encuentran referencias a ministros dignos y leales ni a cómo manejaron el gobierno y la moral pública. Sólo aparecen unas cuantas muchachas singulares en pasión y en locura, en pequeños dones o intrascendentes virtudes, pero incomparables en cualquier caso con aquellas damas de gran talento que fueron Ban Zhao y Cai Yan[9]. Aunque la transcribiera no sería del interés de nadie.
—Maestro, ¿cómo puede ser tan implacable? —protestó la roca—. Si la fecha no aparece bastaría con situar esta historia en las dinastías Han o Tang[10], pero ya que ése es un tópico común a todas las novelas, una manera de evitarlo sería transcribir sencillamente mis propios sentimientos y peripecias. ¿Qué necesidad hay de señalar tal o cual fecha precisa? Además, los lectores comunes prefieren la literatura liviana a los libros de Estado. Ya hay demasiadas obras que contienen anécdotas vilipendiosas contra soberanos o ministros, calumnias sobre las esposas o hijos de los demás, descripciones licenciosas y violentas… ¡Y son todavía peores esos escritos lujuriosos de la escuela de la brisa y la luz de luna que corrompen a los jóvenes con el veneno de su asquerosa tinta[11]! En cuanto a las novelas galantes, aparecen a montones siendo todas iguales y ninguna deja de frisar la impudicia, llenas como están de alusiones a jóvenes apuestos y talentosos y a muchachas bellas y refinadas de la historia; no obstante, para poder insertar sus propios poemas, el autor inventa héroes y heroínas manidos frente al inevitable villano intrigante, como aquellos pérfidos bufones de las obras de teatro… En esas novelas, llenas de contrasentidos y ridículamente engoladas, incluso las criadas acaban hablando con pedantes palabras sin sentido. ¡Eran mejores aquellas muchachas que yo mismo conocí en mis días de juventud! No me atrevería a ponerlas por encima de todos los personajes de anteriores obras, pero la historia de cada una puede servir para disipar el tedio y las preocupaciones, y los pocos versitos que he intercalado pueden provocar alguna que otra sonrisa y añadir gusto al vino… En cuanto a las escenas de despedidas tristes y jubilosos encuentros, de prosperidad y decadencia, todas son puntualmente ciertas y no han sufrido la más pequeña modificación para producir alguna sensación especial o apartarse de la verdad. En estos tiempos, la preocupación cotidiana de los pobres es comer y vestir, mientras los ricos no tienen hartura: ocupan su ocio en aventuras galantes, en acumular riquezas o en complicarlo todo. ¿Qué tiempo les queda a unos y a otros para leer tratados políticos y morales? Ni quiero que la gente se maraville con mi historia ni exijo que la lean por placer; sólo espero que les sirva para distraerse sentados en torno al licor y los manjares, o en el curso de alguna huida de las tribulaciones terrenales. Dedicando su atención a esta obra y no a otras vanas actividades podrán quizás ahorrar sus energías y prolongar sus vidas, librándose del daño que producen las disputas y rencillas o la aburrida persecución de lo ilusorio. Además, este relato ofrece a los lectores algo nuevo, distinto a esos trillados y rancios revoltijos de despedidas y súbitos encuentros, repletos de talentudos eruditos y adorables muchachas: Cao Zijian, Zhuo Wenjun, Hongniang, Xiaoyu[12] y los demás. ¿No le parece, Maestro?
El reverendo Vanidad de Vanidades consideró sus palabras y volvió a leer cuidadosamente estas Memorias de una roca. Descubrió que contenían condenas a la traición y críticas a la adulación y al mal, y que no habían sido escritas para pasar la censura de los tiempos; pero en todo lo concerniente a las correctas relaciones entre los hombres y al encomio de actos virtuosos superaba a otros libros repletos de voluminosas descripciones de príncipes benefactores, ministros benévolos, padres complacientes e hijos henchidos de amor filial. Aunque el tema principal era el amor, se trataba sencillamente de una crónica de acontecimientos reales superior a aquellas falsas obras envilecidas que tratan de citas licenciosas y aventuras disolutas. Y, en fin, como no abordaba en absoluto acontecimientos de actualidad transcribió de principio a fin lo grabado y se lo llevó para buscar quien lo editara.
A partir de entonces el taoísta Vanidad de Vanidades percibió que todos los fenómenos del mundo nacen de lo vacío y despiertan la pasión, y como él convirtió la pasión en los fenómenos y desde los fenómenos percibió lo vacío[13], se cambió el nombre por el de «monje Apasionado». Modificó también el título de la obra por el de Crónica del monje Apasionado.
Kong Meixi, de Donglu[14], sugirió otro título: Precioso espejo de la Brisa y la Luna. Más tarde, Cao Xueqin pasó diez años en su pabellón de Luto por el Rojo revisando la obra y redactándola cinco veces sucesivas. La dividió en capítulos, a cada uno de ellos puso un encabezamiento y designó el libro con el título definitivo de Las doce bellezas de Jinling[15]. Luego añadió la siguiente estrofa:
Un reguero de lágrimas tristes,
páginas llenas de palabras absurdas.
Dicen que su autor está loco,
¿pero quién leerá su escondida amargura?
Ahora que tenemos claro el origen de la historia, veamos lo que había grabado sobre la roca.
Notas
[1] Título primitivo de la obra.
Más episodios del podcast Cuentos del libro de arena
Troya - Tomás Val
01/01/2016
El Encuentro - Cuento de la Dinastía Tang
03/05/2015
El Sueño Infinito de Pao Yu - Tsao Hsue-Kin
03/05/2015
Ladrón de Sábado
26/04/2015
Historia de los dos que soñaron
19/04/2015
ZARZA Somos ZARZA, la firma de prestigio que esta detras de los grandes proyectos en tecnología de la información.